La "cosa" empezó bien. ¡Muy bien!
Compraron un candado y lo llevaron a grabar a una joyería. ¡Nada de chapuzas!. Con ellos no iba eso de pintarlo con un rotulador ni arañarlo con un punzón. Aún se distinguen la fecha y el "Te quiero" originales.
Después acudieron al espigón del muelle y entre sonrisas y besos cerraron el candado en la reja, tirando las llaves al mar, jurándose amor eterno, al más puro estilo de la novela de Federico Moccia, "Tengo ganas de ti".
Con el tiempo llegaron las desavenencias, los reproches, las riñas... y todo empezó a torcerse, acabando mal. ¡Muy mal!. Como pueden ustedes comprobar en la foto del candado.
Lo que hace que me acuerde de mi paisano, Gustavo Adolfo Becquer: ¡Ah, barro miserable, eternamente no podrás ni aun sufrir!
Adenda: Esta historia no es inventada. Me la ha contado, entre sollozos, el candado que no soporta tener borrados los nombres de los enamorados y en su lugar, inscrita con mayúsculas, la palabra "CERDA".
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